NO ES SOLO LA OBRA SINO TAMBIÉN SU SISTEMA: EL ARTE QUE NOS INTERESA

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Hace días que intentamos comunicarnos con él y no lo logramos; pero no porque él tenga un ego desmedido o una agenda muy apretada, sino porque vive en una zona aislada donde no hay señal de celular y viene muy de vez en cuando a la ciudad, a San Cristóbal de las Casas, a dejar sus pinturas.

“Él” es Camilo, su nombre de chapa, un pintor zapatista perteneciente al área coordinada por el Caracol Morelia, en Chiapas.

Hay varias cosas que desde ya, todavía sin conocerlo, nos interesan de su posición como artista y desde luego, de su obra. Una de esas es, precisamente, que no conocemos su cara ni su nombre verdadero. Claro, a Bansky tampoco (dirán algunos), pero a Camilo no se le conocerá la cara ni el nombre como tampoco a los demás miles de miles bases de apoyo de las comunidades zapatistas.

No es por tanto una decisión de posicionamiento estratégico particular, sino que un hábito de protección y al mismo tiempo de identificación, establecido hace décadas ya por el EZLN.

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Camilo es también, con certeza, un campesino a tiempo completo; puede ser que trabaje en la milpa, o sea chofer de camión zapatista. Tal vez es promotor de salud o de educación. Lo que sí es que no será un artista de tiempo completo y tampoco es uno que haya sido formado en la academia. Su vida está inserta en el trabajo comunitario y asi mismo es como entiende la pintura.

Pues también nos llama la atención que él no es un pintor solitario; su obra siempre aparece expuesta a la venta junto con la de sus hermanos, padre y tío (Bruno, Eduardo, Tomás y Josué, respectivamente).

En todos ellos la misma iconografía se repite, pareciendo establecida a priori y de antemano como una plantilla de multiplicación de fácil identificación: caminos que nacen desde ruinas mayas, planetas tierras con paliacates, maíces, flores, lunas y caracoles con pasamontañas y frases cortas de la poética zapatista.

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Todos esos paisajes simbólicos están siempre reproducidos en pequeños formatos de 10 x 10cm o 20 x 20 cm, como máximo.

Intuimos que bajo ese esquema de la repetición pervive el ancestral esquema comunicativo del arte pre hispánico y de la artesanía contemporánea, es decir, el de vehicular bajo un sistema de signos estable un mensaje estable.

Así mismo, son obras que se venden a precios accesibles: entre 120 y 325 pesos mexicanos (unos 9 a 24 dólares ). Alejadas totalmente de la especulación que rodea al arte, estas piezas se dispersan por el mundo como pan caliente. Además, pensamos, probablemente operan bajo la misma lógica que todos los productos zapatistas: es decir, que la venta va a favor de la comunidad y no de los individuos.

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Considerando todas estas similitudes que se comparten en la obra de esta familia, la obra de Camilo se nos destaca por sobre el resto: sus pinturas tienen una línea de dibujo mucho más fino, delicado; el color posee sutiles notas de degradé. El acabado en general es bastante impecable y además incorpora, o más bien, recompone en el plano, pequeños detalles que lo hacen parecer un poco irónico, o al menos de bastante buen humor. Sus pinturas tienen al mismo tiempo algo del lenguaje de la viñeta del cómic, del muralismo y del tradicional exvoto mexicano.

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Todos estos elementos (anonimato, repetición, colectividad, precios económicos, nulas pretensiones particulares y sí objetivos colectivos puestos al servicio de una causa rebelde real y operativa como es el zapatismo) son los que nos motivan, como pocas veces, a pensar en su obra y buscar a este artista para conversar con él.

Tenemos aún muchas preguntas que hacerle.

Natalia Arcos/Alessandro Zagato

GIAP.

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